Metida en tu vereda,
bebo tu verdad
que es la mía,
de sabor dulce y amargo
como nuestra danza inconsciente
entre helechos encriptados
y álamos de luna.
En el erguido tallo del girasol
brotando de los campos
de la avena invencible,
en cada vena y aliento
muere y nace el día.
Al abrigo discreto de la vaguada
retozamos sobre el lecho otoñal
con el deseo de mil vidas,
girando el cielo en órbitas de placer
de azul profundo y extendido.
Las nubes deshiladas
nos acarician el tiempo,
la edad de habitarnos
bajo hábitos dementes,
locura incendiada
de los que aman y no se conocen,
de los que no necesitan ser vistos
y anhelan verse.
Constanza Everdeen © ®
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