Por el río de lo inconcebible va la sed de los días
en sus márgenes, boscosas riberas
donde lava sus manos el arrepentimiento tardío
se escribe el hambre de la extensa noche.
En el lecho duermen los mudos signos
entre las algas guardianas de la otra verdad
y todas las piedras que me separan de tu latido,
yacen levitantes en el fondo, cada mirada contigo.
El cauce de estas aguas no es el miedo en el pecho
ni el beso milagroso, ni la revelación prófuga
es el camino hondo hecho
para desbordarse hasta a sangrar mares
y así nazca una luna nueva que haga justicia a lo escondido.
Allí, donde deja de ser amor, brota el manantial más antiguo
el océano abisal donde se ahogan verbos no correspondidos
la decisión ciega, la sal de los extravíos.
Constanza Everdeen.
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