Esa sombra que no se deja abrazar
se asoma a la luz del papel
para saber que existe.
Así se guarda la confianza
doblada como un junco que resiste
en un pliegue del tiempo
con su amenaza de eternidad.
En la silla donde ya no espera
se salva de la quiebra de sus huesos
es sorda a la voz impostora.
En este péndulo quieto crecen las raíces
sobre lo que está muerto y aún hiere
como una nueva fortaleza.
Se levanta el fuego en lo abrupto
y sin grito y con la violencia del viento
arden la penumbra y los ecos.
Ahí te vas, en el humo negro
sordamente, en el peso de un secreto
cayendo en la profundidad de las aguas puras
que vierten mis ojos apartados.
Constanza Everdeen.
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