Te espero llena de azúcar,
moviéndome en una tormenta de tecnicismos
por la vereda que abre el fuego,
así llamo a nuestro otoño alfabetizado
de cálida lluvia y hojas de caramelo
y aún estando a falta de tus caricias,
de poder quitarte el frío
con la piel de un lobo,
te bailo estas fiebres
como si me vieras.
También ruge el silencio
dentro de esta fortaleza de antídotos,
de curas a oscuras,
pócima de sílabas y saliva
que lame tus erizadas dorsales.
Me entras con toda la admiración que te tengo
y caída me dejas sobre el lecho dorado
en mitad de un embriagado equinoccio,
envidia de la juventud y del estío.
Porque es en el declive del sol
cuando el hayedo está más colorado
con la plenitud temblorosa
de los que eligen vivir
entre verdaderas riquezas.
Constanza Everdeen ® ©
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