La mañana, horas doradas del día,
despierta en un café y su nube.
La premura del canto de las aves
anuncia otra jornada,
otro tramo del regreso.
Las olas del calor
no son como las del mar,
aprietan y lo detienen todo
hasta la respiración del almanaque
que en su silencio numérico
y onomástico recordatorio,
me llevan a la penitente definición,
la distancia más larga es la espera.
Entre tareas, reparto olvidos
hay días que se soportan mejor sin memoria
y los mismos días ya no son días
llevándote conmigo en mi alma constante.
A veces surge una casa de pasillos estrechos
pavimentada de temores audaces y trágica necesidad,
pero voy de tu mano y reconocemos en el brillo de los ojos
que ese techo no es nuestro.
Después me reconcilio con el tiempo
con la alerta colorada,
con el maestro invisible,
les agradezco este erótico preámbulo,
esta montaña de amor y su fe.
Constanza Everdeen © ®
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