Hay días que la mirada se nos vuelve un asilo abandonado.
Se mueve el cuerpo en un ir y venir impersonal,
como roedores en una rueda sin fortuna.
Un destello repentino y reparamos en nuestras manos huecas.
Resuena en ellas el eco de lo que acariciaron,
sin saber cómo lo desposeyeron,
en un cuándo despiadado que avanza,
resistiéndose a su término.
Renegando lo que ya está en tinta sobre papel,
el alma se transfigura en un objeto perdido que nadie reclama.
Lástima y no de que mis lágrimas no sean tan volubles como tus entrañas,
pero recordar es pasar por el corazón dos veces
y yo no nací para ser desierto si no para conjugar la lluvia.
Ese conjunto de latidos generosos con los que conjurar las vidas.
Ese conjunto de latidos generosos con los que conjurar las vidas.
ResponderEliminarBello cierre para un hermoso poema, saludos.
Gracias Maricel, saludos y latidos.
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