Tres vidas en cada estación
para los amantes de los trenes a deshora.
Encuentro sin búsqueda
como el mágico hallazgo
de una caracola ermitaña,
a la orilla de un mar tardío
y desesperado por pleamares.
Tres vidas cada día
en cada cópula sintáctica
entre panes gramaticales
y escobas activas.
Crece el tiempo y el aliento
se desvanece el miedo a la sequía
hembra, hombre y hambre,
mendigándose con descaro
lo que se llevan a la boca.
Tres vidas bebidas y servidas,
un ágape incondicional
donde lo indómito es invadido
y lo violento es coreografía.
En este mundo pequeño
de distancias faraónicas
arden lirios de agua
ajenos al prodigio.
conscientes de sus tres vidas.
Constanza Everdeen, ©®
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